Juan Gabriel es de Barcelona y tiene 49 años. «Siempre he hecho de todo, nunca me he quedado parado», asegura en esta entrevista que transcurre en la concurrida calle de Pelai de Barcelona, repleta de escaparates de las tiendas de ropa. Juan tiene el pantalón roto y hace cuatro años que vive en la calle. Su vida se precipitó al abismo y ahora malvive durmiendo junto a un cajero, comiendo bocadillos y duchándose tres veces por semana. Confía en salir de esta situación.
Texto y fotografía: ALEC FORSSMANN
¿A qué te has dedicado?
He hecho de todo. He sido barrendero, jardinero, he trabajado en la construcción, en el campo… Pero sobre todo en la hostelería, de camarero y cocinero. Nunca me había quedado parado.
¿Perdiste tu trabajo?
Sí, era camarero en un parador. Se me murió la mujer y le di un poco al alcohol…
¿Qué le pasó a tu mujer?
Murió de un cáncer de colon. Tenía 42 años. Llevábamos 14 años casados.
Debió de ser un palo muy duro…
Empecé a desmadrarme y perdí el trabajo por mi culpa, por culpa del alcohol. Hay que ser sincero…
«Mi mujer murió de cáncer de colon, bebí para olvidar y perdí el trabajo por culpa del alcohol»
Te refugiaste en el alcohol.
Pues sí, bebía para olvidar, pero me hacía daño.
¿Cómo te afectó?
Bebía mucho y no rendía como tenía que rendir. Tenía un buen jefe. Algunos días yo estaba bien, pero otros días me decía: “Juan, ¿cómo puedes seguir así? Eres un tío que trabaja y rinde bien”. Yo no era consciente de lo que estaba haciendo.
Y te pasabas todo el día trabajando…
Sí, desde la mañana hasta la noche; no sabía cuándo entraba ni cuando salía y encima tenía el alcohol a mano. Pero me sentía bien porque me pagaban bien. Luego ya perdí la casa.
¿Pagabas una hipoteca?
Me la embargaron, así que alquilé una habitación y fui recuperándome un poquillo. Al final no pude más y me fui.
¿Dejaste el trabajo?
Me tuvieron que despedir porque no rendía en el trabajo, y me alegro por ello. Mi jefe era un hombre muy bueno y se portó muy bien conmigo. Cuando no pude pagar la habitación que alquilaba me fui a dormir a su casa. A él también se le había muerto la mujer, de un cáncer de pulmón.
«Me despidieron porque no rendía en el trabajo. Me fui a dormir a casa de mi jefe, que se portó muy bien conmigo»
El alcohol te fue arruinando la vida.
Lo pierdes todo. Mi jefe me daba muchos consejos… Pero claro, luego los tienes que aplicar.
¿Y ahora dónde duermes?
En la entrada de un cajero, pero no dentro. Me quedo fuera porque no quiero problemas.
¿Qué ha supuesto para ti vivir en la calle?
Es muy duro, no se lo deseo a nadie [se le quiebra la voz].
¿Qué es lo peor?
Que te roben. Tienes que dormir con un ojo abierto y otro cerrado. Me he sacado el carné de identidad tres o cuatro veces porque me lo han robado. ¡Y encima me han querido poner 300 euros de multa por sacármelo tres veces!
¿Te roban otros indigentes?
Mira, aquí tienes una prueba… [se levanta para mostrar que le falta el bolsillo trasero del pantalón]. Me lo cortaron mientras dormía… El que roba a un pobre es peor que un pobre.
«En la calle tienes que dormir con un ojo abierto y otro cerrado. El que roba a un pobre es peor que un pobre»
¿Sigues queriendo trabajar?
Sí. Hace dos años se paró una mujer y me preguntó: “¿De verdad que quieres trabajar?”. Le dije que sí. “Pues el miércoles me vienes a ver y me explicas tu situación”. Fui a una empresa de trabajo temporal. La mujer me dijo: “No esperaba que vinieras. Ahora te voy a arreglar la situación. La empresa no es mía, es de mi padre… No me falles”. Empecé a trabajar en un almacén en el puerto. Ella me adelantó el primer sueldo para que pudiera ir a una pensión. “Tú tranquilo, te quiero ayudar, luego ya lo arreglaremos”, me dijo.
«Hace dos años se paró una mujer y me preguntó: ‘¿De verdad que quieres trabajar?’. Empecé a trabajar en un almacén en el puerto»
¿Y qué pasó?
Al final llegó todo el follón de la crisis y se acabó el contrato. Me dijo: “Juan, ya no puedo hacer más”. Entonces me quedé colgado. De vez en cuando pasa por aquí y me echa un cablecillo.
¿Saldrás de esta situación?
Creo que sí.
2 Comentarios
Se hace terrible cuando, por hazares del destino y malas decisiones, pierdes todas las oportunidades. El miedo a esa situación te hace aceptar… pero es pánico lo que tienes.
Si nadie me da una oportunidad pronto, un trabajo remunerado, sea cual sea pero remunerado, voy a hacer compañía a este buen hombre. Los que quieren ayudarme no pueden, y los que pueden, no quieren.